jueves, 12 de julio de 2012

El samurái. El fin de una forma de vida.


        En pleno siglo XXI , con una sociedad basada en el consumismo y en el desarrollo tecnológico, resulta cuanto menos difícil llegar a entender que Japón, máximo exponente del desarrollismo industrial y tecnológico, estuviera regida por un sistema feudal hace poco más de un siglo. Muchos de los valores que entonces eran la base de la vida cotidiana ahora se ven como algo anacrónico.
    
     Quizás esa deshumanización de la sociedad japonesa ha favorecido que mucha gente mitifique los principios de comportamiento y sistema de vida del samurái (bushido).
         Ésta no es la primera película que tiene a los samuráis como protagonistas. El cine japonés de los años 50 ya nos mostró la figura del rōnin, samurái desarraigado que no pertenece a ningún clan; buscavidas que viven al día sin una actividad concreta que pasa buena parte del día lamentándose de lo que un día fue y que ha dejado de ser, mientras se consuela bebiendo sake. En cambio, el reciente éxito de taquilla “El último samurái” nos perfila a un samurái noble, íntegro, con principios ejemplares; el bushido en estado puro, en contraposición a la sociedad actual. Quizás por esa razón se ven esos valores como un refugio ante la falta de valores que vivimos en nuestros días. Hay que tener en cuenta que Japón ha sufrido en poco más de 100 años cambios que en el mundo occidental se han producido a lo largo de 6 siglos. Si analizamos con profundidad la sociedad feudal japonesa y la comparamos con la europea, podremos comprobar que no hay tantas diferencias entre ellas. Probablemente la mayor de ellas sea el “amor cortés”. En Japón no existe un papel decorativo de la mujer a quien ofrecer las gestas heroicas del caballero, sino que se limita a la función de ser una herramienta para emparentar familias y clanes y la de dar hijos.

     ¿Qué faceta del samurái nos ofrece la película? En mi opinión trata de mostrar una forma de organización social en declive, como el propio título de la película indica. Seibei Iguchi, el protagonista, junto con otros personajes como Zenemon Yogo, son el máximo exponente de esa decadencia.
        Seibei es la imagen del antihéroe, el antagonista. Un samurái de bajo rango que se dedica a labores de mantenimiento en el almacén de víveres del Clan Unasaka. Hasta aquí todo normal. Así ha funcionado durante siglos. Samuráis de diferente rango cuya relación con el poder depende del grado de proximidad con el Shōgun a nivel parental como de afinidad, estableciendo un vínculo de vasallaje. Esa jerarquía, además de ser una distinción en los diferentes grados de nobleza, también lo es a nivel económico. Por debajo de Seibei, prácticamente solo quedan los rōnin (por lo que se refiere a la nobleza japonesa).
      Los acontecimientos transcurren a mediados del siglo XIX, en  un periodo de crisis en el que la monarquía (Dinastía Meiji) lucha por recuperar el poder en el país y establecer un nuevo orden. El shōgunato, que había regido el archipiélago sin oposición durante los últimos 6 siglos, era el máximo exponente de un sistema feudal que se había convertido en un obstáculo a la apertura al exterior del y a la modernización del país. Una vez que se produce la restauración monárquica tras vencer definitivamente al shōgunato en la “Guerra Boshin”, el emperador pasa a ser el máximo dirigente del país reemplazando a los señores feudales, figuras que gozan de una legitimidad prácticamente de origen divino. Ese factor ha perdurado durante mucho tiempo, incluso después de que Japón se convirtiera en una monarquía parlamentaria tras la derrota militar de la 2ª Guerra Mundial. Hasta qué punto eso continúa siendo así en la actualidad es una incógnita; podría ser el tema para una tesis doctoral. Pero lo que es incuestionable es que la monarquía sigue siendo muy respetada, aunque su papel se encuentre limitado a una figura decorativa.
        Los samuráis supervivientes a la Guerra Boshin acaban por convertirse en funcionarios del Estado los más afortunados, o acaban sus días como hombres desarraigados y sin un papel claro que hacer en el nuevo orden del país.


      Volviendo a la figura de Seibei, su personaje nos va dejando pistas de cómo, poco a poco, se va produciendo ese declive. Él mismo no se ve asimismo como un guerrero. Si pudiera escoger, dejaría de ser un samurái para dedicarse plenamente a ser agricultor. Confiesa que ha perdido esa agresividad necesaria para enfrentarse a su rival y quitarle la vida. En la medida de lo posible da una oportunidad a sus oponentes para que nadie sufra ningún daño. Hasta en dos ocasiones se le presentan sendas situaciones de crisis durante la película que son resueltas de forma dispar. Es un hombre sin ambiciones que en ocasiones cuestiona las órdenes directas del Clan. Se revela cuando su tío (patriarca de la familia) le quiere concertar un matrimonio; y cuando el vasallo mayor le ordena que acabe con la vida de Zenemon Yogo, otro noble de mayor rango que él que se niega a cometer seppuku (suicidio ritual), rompiendo con los principios del bushido, aunque al final acate esas órdenes. Según Zenemon, el mundo está cambiando y ya no tiene sentido conservar esas prácticas ancestrales. Otro signo de decadencia.
Seibei, para sobrevivir, realiza tareas que eran consideradas indignas para un noble. Además de cultivar su propio huerto, algo que se podría considerar como un hobby (aunque en su caso fuera una necesidad), dedica el poco tiempo libre del que dispone a la fabricación de jaulas para grillos. Mientras, sus compañeros de trabajo se divierten en un salón de geishas, algo considerado más acorde a su estatus social.
La figura de la mujer, por otro lado, comienza a ampliar su papel en la sociedad que durante tanto tiempo la había tenido marginada; considerada como un elemento dependiente y sometido al marido. La mujer como un objeto más de la casa, un objeto del que se podía disponer a voluntad. Tomoe Iinuma es en este sentido una mujer afortunada. Su familia la rescató de un marido que la maltrataba cada vez que se excedía con el alcohol. Por otro lado, la hija mayor del protagonista, Kayano, va a la escuela donde aprende a leer y escribir, y no solo a ser una buena esposa y a dedicarse a las labores del hogar. Ella es animada por su padre a continuar leyendo las enseñanzas de Confucio para de esta manera poder adaptarse mejor a los nuevos tiempo; y eso a pesar de que el tío de Seibei lo ve con muy malos ojos. Seibei es un hombre de familia, que ante todo adora a sus hijas, y que es capaz de sacrificarse no casándose de nuevo con tal de que no tengan una madrastra que las trate mal.
Por último, y a pesar de que no se ajusta al tema propuesto en el artículo, quisiera llamar la atención en el hecho de que la película nos permite apreciar algunos rasgos de la cultura japonesa que en muchas ocasiones  consiguen descolocar a aquellos con cultura occidental. Una serie de valores y formas de comportarse que nos choca y que resultan incomprendidos: el convertir el trabajo diario en virtud; el que el contacto físico sea casi inexistente (apenas en momentos de lucha y en pocas ocasiones más); mucho pudor en el momento de expresar los sentimientos (Seibei le declara sus intenciones de matrimonio a Tomoe de espaldas y ella le expresa los suyos por escrito). Seibei vive modestamente y hace de esa modestia su filosofía de vida; otros habrían hecho alarde de su habilidad con la espada para conseguir una mejor posición ante el vasallo de rango superior; incluso permite que le pongan un mote peyorativo sin molestarse por ello. Y Tomoe, la co-protagonista de esta historia, es un ejemplo de prudencia y de delicadeza en sus acciones y en su manera de expresarse; demuestra tener una gran sensibilidad y sentido común. Hablan más los silencios en muchas ocasiones que las propias palabras. El respeto y el autocontrol llevados al límite.


Estoy convencido de que se pueden hacer muchas más lecturas de la película. Es por ese motivo que animo a aquellos que hayan tenido la paciencia de leer este artículo a que la vean y que obtengan de ella sus propias conclusiones.


 “El ocaso del samurái”
Dirección: Yoji Yamada.
País: Japón.
Año: 2002
Duración: 129 min.
Género: Drama.
Interpretación: Hiroyuki Sanada ( Seibei Iguchi), Rie Miyazawa ( Tomoe Iinuma), Min Tanaka ( Zenemon Yogo), Nenji Kobayashi (Chobei Kusaka), Ren Osugi ( Toyotaro Koda), Miki Ito ( Kayano Iguchi), Erina Hashiguchi ( Ito Iguchi), …


Juan José Martínez Sánchez

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